Amada mía,
Hace tiempo ya que nuestros cuerpos se enfrían en una noche que se manifiesta larga y terrible. La ausencia de tu alma se me antoja invivible, y paso mis horas pensando en tu recuerdo. Busco en mis pensamientos, en vano, el calor que me brindabas en las largas horas; busco por todas partes una manera de curar este quebranto, esta distancia ominosa que nos separa, aunque ya en el fondo de mi corazón sé que mis deseos son fútiles.
La bendición de Dios, que con su luz iluminó todos nuestros días, se ha apartado de mi vida para dejarme sumido en las tinieblas. Me parecen lejanas y ajenas nuestras mañanas dedicadas a su enaltecimiento, y temo miserablemente por mi destino, ahora que me sé ignominioso a su mirada. Rezo inconsolablemente por una salvación, porque ante mí se dibuje un camino que me muestre la salida a esta desmesurada sed que me acecha y no deja en paz.
Oh! La sed, si tan sólo pudiera saciarla, calmarla! Lo he intentado, por tu amor, por la gloria de Dios, pero es más fuerte que la tentación que sufrieron Adán y Eva en los jardines del paraíso. Deambulo en las noches por los cementerios, con la esperanza de encontrar allí, entre los huesos, la compañía que no encuentro ya en el mundo de los vivos. Soy un monstruo! Una criatura vil que roba en las noches la vida de quienes aún experimentan la dicha divina de la gracia de nuestro Señor! Me aborrezco y temo a la vez. Ya ni siquiera me reconozco, pues me ha sido vetada hasta la felicidad de ver mi rostro en un espejo. Mi compañía son la oscuridad y las lápidas, los susurros de la muerte y los aullidos de los lobos. No entiendo cómo todo aquello que espantaba y apesadumbraba mi espíritu es lo único que me libra de la soledad amarga y cruel; lo único que no ha cambiado es mi amor por ti.
Si tan sólo pudieras estar tú conmigo! Sostener mi mano y juntos recorrer entre estatuas de ángeles y mausoleos de nuevo la senda de nuestro amor! Pero no! No! Mi amor por ti es demasiado grande, mis sentimientos demasiado fuertes para permitirme siquiera fantasear con una noche en la que compartas toda esta miseria. Por mis venas corre la sangre de extraños, hombres y mujeres, que se entregaron indefensos a mi abrazo y ante él sucumbieron. De idéntica manera me rindo yo, cuando saboreo en mis labios y se desliza dulce por mi garganta este vino impuro.
Te escribo esta carta rebosante de dolor, luego de haber probado la amargura de la peste en mis propios labios, y abrazado siervos, villanos, nobles y bandidos. Esta situación me impide acariciarte de nuevo, considerando esta calamitosa condición. Son extrañas las maneras del Señor; la justicia como la entendí alguna vez no existe; ahora soy la causa del miedo y la superstición que nos abordó por años. Nunca miré al sol con temor, y gozaba de su luz y calor. Extraño no poder volver a hacerlo, y más áun, saber que en ése entonces tenía la posibilidad, como tú la tienes ahora, únicamente que ya no podemos compartirla.
Si tan sólo pudiera hacerte entender... ahora no me importa que estuvieras en un duelo eterno entre el pecado de Eva y la santidad de María. Dios así nos hizo, y así te he amado, a pesar del riesgo de salir herido como finalmente sucedió, aunque no por falta alguna de tus dones, sino por tratarse de una bendición que nos fue otorgada en el momento en que nos enamoramos y que me fue arrebatada una noche cualquiera. El destino es como la plaga: no repara en rango o riqueza... caminamos por la vida oyéndolo, pero no escuchándolo.
Soy víctima de lo impropio, las respuestas las tendré que encontrar solo, puesto que ya no soy bienvenido en la casa de Dios; pertenezco a una distinción social de mártires personajes de cuentos de terror. En qué momento ocurrió esto? No puedo creer que todo aquello que construí en mi alma, a través de estos años, haya ofendido a Dios de tal forma. Sólo Él sabe que mis pecados obedecieron a mi condición humana y nunca a su desafío, y si este es el castigo que por su divina voluntad es necesario que yo sufra, lo sufriré hasta que Él decida despojarme de la existencia y permitirme estar contigo en Su gloria.
Oh, alma mía! Esta carta, lo sé, es odiosa, y quisiera yo que fuera mentira, pero todo lo que te digo proviene de lo más íntimo de mi alma triste, de mi cuerpo vacío y frío. Es así que me despido de ti, rogando a Dios para que tu vida nunca se cruce con la mía o aquellos de mi estirpe, para que te cuide del pecado y jamás te castigue como lo ha hecho conmigo. Te guardaré en mi alma como el más preciado de los tesoros, como la corona más hermosa de todas, y tan sólo pido que tu recuerdo mío sea el de los días entre los campos que compartimos
Toma estas palabras y hazlas tuyas, mientras yo me interno en la oscuridad y soledad de la larga noche.
(por santiagomarínj. y ricardo guerrero garcía-herreros)
Hace tiempo ya que nuestros cuerpos se enfrían en una noche que se manifiesta larga y terrible. La ausencia de tu alma se me antoja invivible, y paso mis horas pensando en tu recuerdo. Busco en mis pensamientos, en vano, el calor que me brindabas en las largas horas; busco por todas partes una manera de curar este quebranto, esta distancia ominosa que nos separa, aunque ya en el fondo de mi corazón sé que mis deseos son fútiles.
La bendición de Dios, que con su luz iluminó todos nuestros días, se ha apartado de mi vida para dejarme sumido en las tinieblas. Me parecen lejanas y ajenas nuestras mañanas dedicadas a su enaltecimiento, y temo miserablemente por mi destino, ahora que me sé ignominioso a su mirada. Rezo inconsolablemente por una salvación, porque ante mí se dibuje un camino que me muestre la salida a esta desmesurada sed que me acecha y no deja en paz.
Oh! La sed, si tan sólo pudiera saciarla, calmarla! Lo he intentado, por tu amor, por la gloria de Dios, pero es más fuerte que la tentación que sufrieron Adán y Eva en los jardines del paraíso. Deambulo en las noches por los cementerios, con la esperanza de encontrar allí, entre los huesos, la compañía que no encuentro ya en el mundo de los vivos. Soy un monstruo! Una criatura vil que roba en las noches la vida de quienes aún experimentan la dicha divina de la gracia de nuestro Señor! Me aborrezco y temo a la vez. Ya ni siquiera me reconozco, pues me ha sido vetada hasta la felicidad de ver mi rostro en un espejo. Mi compañía son la oscuridad y las lápidas, los susurros de la muerte y los aullidos de los lobos. No entiendo cómo todo aquello que espantaba y apesadumbraba mi espíritu es lo único que me libra de la soledad amarga y cruel; lo único que no ha cambiado es mi amor por ti.
Si tan sólo pudieras estar tú conmigo! Sostener mi mano y juntos recorrer entre estatuas de ángeles y mausoleos de nuevo la senda de nuestro amor! Pero no! No! Mi amor por ti es demasiado grande, mis sentimientos demasiado fuertes para permitirme siquiera fantasear con una noche en la que compartas toda esta miseria. Por mis venas corre la sangre de extraños, hombres y mujeres, que se entregaron indefensos a mi abrazo y ante él sucumbieron. De idéntica manera me rindo yo, cuando saboreo en mis labios y se desliza dulce por mi garganta este vino impuro.
Te escribo esta carta rebosante de dolor, luego de haber probado la amargura de la peste en mis propios labios, y abrazado siervos, villanos, nobles y bandidos. Esta situación me impide acariciarte de nuevo, considerando esta calamitosa condición. Son extrañas las maneras del Señor; la justicia como la entendí alguna vez no existe; ahora soy la causa del miedo y la superstición que nos abordó por años. Nunca miré al sol con temor, y gozaba de su luz y calor. Extraño no poder volver a hacerlo, y más áun, saber que en ése entonces tenía la posibilidad, como tú la tienes ahora, únicamente que ya no podemos compartirla.
Si tan sólo pudiera hacerte entender... ahora no me importa que estuvieras en un duelo eterno entre el pecado de Eva y la santidad de María. Dios así nos hizo, y así te he amado, a pesar del riesgo de salir herido como finalmente sucedió, aunque no por falta alguna de tus dones, sino por tratarse de una bendición que nos fue otorgada en el momento en que nos enamoramos y que me fue arrebatada una noche cualquiera. El destino es como la plaga: no repara en rango o riqueza... caminamos por la vida oyéndolo, pero no escuchándolo.
Soy víctima de lo impropio, las respuestas las tendré que encontrar solo, puesto que ya no soy bienvenido en la casa de Dios; pertenezco a una distinción social de mártires personajes de cuentos de terror. En qué momento ocurrió esto? No puedo creer que todo aquello que construí en mi alma, a través de estos años, haya ofendido a Dios de tal forma. Sólo Él sabe que mis pecados obedecieron a mi condición humana y nunca a su desafío, y si este es el castigo que por su divina voluntad es necesario que yo sufra, lo sufriré hasta que Él decida despojarme de la existencia y permitirme estar contigo en Su gloria.
Oh, alma mía! Esta carta, lo sé, es odiosa, y quisiera yo que fuera mentira, pero todo lo que te digo proviene de lo más íntimo de mi alma triste, de mi cuerpo vacío y frío. Es así que me despido de ti, rogando a Dios para que tu vida nunca se cruce con la mía o aquellos de mi estirpe, para que te cuide del pecado y jamás te castigue como lo ha hecho conmigo. Te guardaré en mi alma como el más preciado de los tesoros, como la corona más hermosa de todas, y tan sólo pido que tu recuerdo mío sea el de los días entre los campos que compartimos
Toma estas palabras y hazlas tuyas, mientras yo me interno en la oscuridad y soledad de la larga noche.
(por santiagomarínj. y ricardo guerrero garcía-herreros)
3 comentarios:
Severo hermanos! es una vil tragedia el amor personalista y humanizado, marchito en sorpresas e ilusión; tan moral y despectivo. Esa clase de amor, debería desaparecer.
Está bakanísimo... inspirado en algo real?
no, en verdad no. fue un esfuerzo conjunto entre mi amigo y yo por lograr una carta original y de época medieval para ganar un concurso en el cual, miserablemente, ni nos dieron las gracias...
yo personalmente me siento muy orgulloso del resultado.
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